4 de marzo de 2025
Queridos amigos en Cristo:
Quizás pensemos que la Cuaresma es una temporada triste, pero en realidad es una temporada de alegría y misericordia, un período de 40 días lleno de gracia en el que podemos experimentar una nueva primavera en nuestra vida espiritual. La Cuaresma es un tiempo para limpiarnos del pecado, renovarnos en la fe y profundizar nuestro amor por el Señor, por su Iglesia y por los pobres.
Hay tres formas tradicionales de participar en este tiempo de gracia: la oración, el ayuno y la limosna.
Centrémonos primero en la oración. En la oración, Cristo nos encuentra y nosotros nos encontramos con Cristo. A medida que abrimos más ampliamente nuestros corazones a la mirada amorosa del Señor, crecemos en nuestra capacidad de ofrecerle gracias, alabanza y adoración. Cuando escuchamos la voz del Señor, Jesús amorosamente “nos revela a nosotros mismos”, ayudándonos a vernos como realmente somos, mostrándonos lo que debemos superar en su gracia. La oración es esencial, no sólo para alejarnos de nuestros pecados, sino también para convertirnos en verdaderos discípulos del Señor, aquellos que reflejan su bondad, verdad y amor, aquellos que aman generosamente a Dios y al prójimo. ¿Cuál es la calidad de nuestra vida de oración? ¿Vamos regularmente a misa el domingo, el Día del Señor? ¿Recibimos regularmente el Sacramento de la Reconciliación? ¿Fijamos habitualmente un tiempo cada día para leer las Escrituras y conversar con el Señor? La Cuaresma es un tiempo para “reforzar” nuestra vida de oración, no sólo por 40 días, sino por el resto de nuestras vidas.
¿Y el ayuno? Muchos pueden pensar en el ayuno como una forma de perder peso, pero no como una disciplina espiritual. Sin embargo, en los Evangelios, vemos al Señor ayunando y orando. A lo largo de los siglos, hombres y mujeres santos han ayunado. ¿Por qué? El ayuno es una forma comprobada de matar de hambre nuestros vicios. Es una forma de vaciarnos de ese egocentrismo que nos atrapa en el pecado y nos impide nuestra relación con el Señor y con los demás. Cuando nos dejamos llevar por nuestros apetitos, nos volvemos egocéntricos. Nos centramos en satisfacer nuestros propios apetitos. El ayuno nos ayuda a evitar centrarnos en nuestros deseos y, en cambio, a dirigir nuestra mirada al sacrificio de amor del Señor y a las necesidades de los demás. Al ayunar, desarrollamos empatía con los pobres, incluidos los millones de personas que padecen hambre e incluso inanición.
¿Qué pasa con la limosna? La limosna acompaña a la oración y al ayuno. Cuando oramos, nuestros ojos se abren a las necesidades de los demás. Cuando ayunamos, nos vaciamos del egocentrismo. Aquellos que humildemente dan de lo que tienen a los demás desarrollan un corazón amoroso y generoso. La limosna significa que nos damos a nosotros mismos a quienes experimentan pobreza u otras formas de privación. Significa que somos generosos, tal como el Señor es generoso con nosotros. La limosna adopta muchas formas. Incluye el servicio directo a los pobres, por ejemplo, el voluntariado en Our Daily Bread [Nuestro Pan Diario] o en el Centro Franciscano. La limosna implica generosidad financiera de nuestra parte. Con esta práctica espiritual, el Señor, en su amor por nosotros, nos permite desarrollar un corazón para los pobres. Durante la Cuaresma, recordemos que todo lo que hacemos por los necesitados, lo hacemos por Jesús.
¿Qué sucede cuando nos implicamos más en nuestra vida de oración, cuando ayunamos, cuando somos generosos con los pobres y cuando hacemos una buena confesión que nos descarga de nuestros pecados? De hecho, experimentamos una nueva primavera en nuestras vidas. Nuestras almas se convierten en ese terreno fértil en el que la semilla de la Palabra de Dios no solo comenzará a crecer, sino que también florecerá. Crecemos en el discipulado. Crecemos en nuestro deseo y capacidad de compartir la fe con los demás.
Si somos fieles a estas disciplinas cuaresmales, experimentaremos una alegría nueva y profunda cuando celebremos solemnemente la Muerte y Resurrección del Señor. Será una alegría intensamente personal, pero también una alegría que compartiremos como comunidad, una fe y una alegría que desearemos compartir con los demás. ¡Que usted y sus familias vivan una Cuaresma verdaderamente bendecida!
Fielmente en Cristo,
Reverendísimo William E. Lori
Arzobispo de Baltimore