Archbishop Lori’s Homily: II Domingo de Adviento y Celebración Guadalupana, Sagrado Corazón de Jesús

II Domingo de Adviento y Celebración Guadalupana
Sagrado Corazón de Jesús, Highlandtown
Dec. 9, 2018

Mis queridos hermanos, celebramos hoy el segundo domingo de Adviento. Nos preparamos con alegría para el nacimiento del Salvador. La segunda lectura nos recuerda que también esperamos la segunda venida de Jesucristo en su gloria, él que vino la primera vez en la humildad. Honramos también a la Virgen de Guadalupe, que vino a América hace quinientos años y promovió la difusión de la fe católica en México.

Viendo a ustedes reunidos en esta iglesia, quisiera hacer mías las palabras de San Pablo a los Filipenses: Cada vez que me acuerdo de ustedes, le doy gracias a mi Dios y siempre que pido por ustedes, lo hago con gran alegría… Dios es testigo de cuánto los amo a todos ustedes con el amor entrañable con que los ama Cristo Jesús. Ustedes, los inmigrantes de América Latina y sus familias, son un don precioso a este país y en particular a la Iglesia católica en la arquidiócesis de Baltimore. Admiro su fe en Cristo, su amor a la Iglesia, su fidelidad a la misa y a los sacramentos, su alegría y su constancia en los sufrimientos, su devoción a nuestros santos, especialmente a la Madre de Dios, La Virgen de Guadalupe.

Sé que muchos de entre ustedes han sufrido. La suerte del inmigrante no es fácil.  Algunos ahora mismo temen ser apresados y deportados simplemente por buscar una vida mejor para sí mismos y para sus familias. Ustedes han recibido insultos y falsas acusaciones hasta de parte de personas de alto rango en la sociedad. A veces ustedes son maltratados en sus empleos. Puede ser una gran lucha pagar la renta, manejar dos trabajos, y encontrar tiempo para sus hijos.

Cuando la Virgen Madre de Dios apareció a San Juan Diego, los habitantes de México sufrían mucho. Fueron conquistados primero por los aztecas y poco después por los españoles. Estaban deprimidos. Pocos indígenas querían aceptar el evangelio y recibir el bautismo. Pero, la Virgen de Guadalupe dijo a Juan Diego: Oye y pon bien en tu corazón, hijo mío el más pequeño: nada te asuste, nada te aflija, tampoco se altere tu corazón, tu rostro… ¿No estoy aquí yo, que soy tu Madre?  ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en donde se cruzan mis brazos? Animado así por el amor y la protección de la Virgen, Juan Diego cumplió su misión. El evangelio empezó a difundirse rápidamente en el país.

Sepan que su Iglesia está con ustedes. Este templo es su casa, donde se encuentran con Dios, le ofrecen culto, escuchan su Palabra y lo reciben en los sacramentos. La Iglesia se esfuerza por ayudarlos de manera concreta en sus necesidades. Sus obispos abogan por ustedes ante el gobierno. Caridades Católicas auspicia el centro Esperanza, donde los inmigrantes pueden obtener ayuda con casos de inmigración, el aprendizaje del inglés y más; y esta parroquia del Sagrado Corazón de Jesús ha iniciado un programa de dar una tarjeta de identidad parroquial a los feligreses para ayudarlos en la calle.  Como dijeron los obispos en su carta pastoral, Juntos en el Camino de la Esperanza: Ya No Somos Extranjeros, la Iglesia debe responder a las necesidades religiosas y espirituales de los inmigrantes, pero también, en cuanto sea posible, a sus necesidades materiales y legales.

Sin embargo, el cuadro es incompleto si nos fijamos solamente en la ayuda que pueden recibir de la Iglesia. Ustedes tienen mucho que contribuir al bien de la Iglesia. Sus teatros navideños y el Vía Crucis yendo por las calles añaden belleza a la vida de nuestra Iglesia. Pero aún más importante es lo que San Pablo dice de los Filipenses: Ustedes han colaborado conmigo en la propagación del Evangelio, desde el primer día hasta ahora. Yo cuento con la colaboración de ustedes, mis hermanos, para proclamar el Evangelio ahora en sus familias, con sus amigos, en sus centros de trabajo, y en sus parroquias y comunidades.

Ya saben ustedes que Dios siempre llama a sus hijos a participar en la obra de la salvación. Llamó a Juan Bautista a preparar el camino del Señor. Jesús envió a su Madre, envuelta en el manto de la justicia de Dios, a dar fuerza al avance del Evangelio en el Nuevo Mundo. Ella llamó a Juan Diego a ponerte de pie y subir a la altura para contemplar la conversión de la población indígena. Yo, que les he sido enviado como su arzobispo, los llamo a ustedes a colaborar conmigo en dar a conocer a Cristo a los que no lo conocen o que están alejados de él: son sus familiares y amigos, sus vecinos y sus compañeros de trabajo y de escuela. Jesucristo es el único Salvador del mundo y muchos quedan en la miseria por no conocerlo. ¡Ayúdenme, hermanos, a invitarlos a poner su fe en Cristo y a llegar a ser sus discípulos!

¿Cómo podemos hacerlo juntos? Primero, escuchemos otra vez el mensaje de Juan Bautista: Preparen el camino del Señor, hagan rectos sus senderos. Todo valle será rellenado, toda montaña y colina, rebajada; lo tortuoso se hará derecho, los caminos ásperos serán allanados, y todos los hombres verán la salvación de Dios. En este Adviento, rellenemos los valles de nuestra indiferencia ante Dios. Rebajemos las montañas de nuestro egoísmo. Enderecemos nuestra mala conducta. Allanemos la aspereza de nuestra lengua. Así estaremos mejor equipados para acercarnos a otros. Seremos modelos de lo que la gracia de Dios puede lograr en los que creen en Cristo.

Luego, tenemos que esforzarnos en preparar el camino para que el Señor entre en los corazones de los que no lo conocen o que se han apartado de él. ¿De qué modo podemos hacer esto? Primero, orando todos los días por esas personas por nombre. Segundo, ayunando por ellas al menos una vez por semana – un ayuno de comida o de algunos programas de la tele o de juegos de video. Tercero, ofreciendo a Dios nuestras penas y sufrimientos, y dedicando a las personas, por las cuales oramos, nuestras buenas obras. Todo esto lo hacemos para que se abran a la fe. Por fin, tenemos que pedir a Dios que nos dé oportunidades para hablar con estas personas de por qué nos importan nuestra relación con Jesucristo y nuestra participación en la vida de su pueblo, la Iglesia.

Ya que se acerca la festividad navideña, ¿por qué no invitar a algunas de estas personas a acompañarlos a la misa de Navidad – o a las Posadas, o a su círculo bíblico, o su grupo carismático? ¿No merece el Señor Jesús, que se dejó crucificar por nosotros, un pequeño riesgo de parte de nosotros?

Mis hermanos en Cristo, tenemos en Juan Bautista y la Santísima Virgen María eximios modelos de cómo preparar el camino para el Señor Jesús. Mientras buscamos vivir más fielmente nuestra fe, busquemos en Dios la fuerza de compartirla con los demás. Que San Juan Bautista nos inspire con el poder de la Palabra de Dios y que Santa María, Virgen de Guadalupe, Reina de las Américas y Estrella de la Evangelización, interceda por nosotros y nos acompañe en nuestra peregrinación.

¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Que viva!

Archbishop William E. Lori

Archbishop William E. Lori was installed as the 16th Archbishop of Baltimore May 16, 2012.

Prior to his appointment to Baltimore, Archbishop Lori served as Bishop of the Diocese of Bridgeport, Conn., from 2001 to 2012 and as Auxiliary Bishop of the Archdiocese of Washington from 1995 to 2001.

A native of Louisville, Ky., Archbishop Lori holds a bachelor's degree from the Seminary of St. Pius X in Erlanger, Ky., a master's degree from Mount St. Mary's Seminary in Emmitsburg and a doctorate in sacred theology from The Catholic University of America. He was ordained to the priesthood for the Archdiocese of Washington in 1977.

In addition to his responsibilities in the Archdiocese of Baltimore, Archbishop Lori serves as Supreme Chaplain of the Knights of Columbus and is the former chairman of the U.S. Conference of Catholic Bishops' Ad Hoc Committee for Religious Liberty.

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