Introducción

Queridos amigos en Cristo:

Poco después de que comencé a servir como Arzobispo de Baltimore, me enteré de los esfuerzos que anteriormente se habían hecho para realinear las parroquias en respuesta a los cambios poblacionales y la disminución de la asistencia a misa. Me dijeron que se necesitaba más. Cuando comencé a visitar parroquias en toda la Arquidiócesis, pude ver esta realidad por mí mismo. La configuración de las parroquias de los siglos XIX y XX necesitaba ser ajustada a la luz de las realidades pastorales del siglo XXI.

Desde el inicio recibí buen consejo, incluido el Consejo Presbiteral. “Haga lo que haga”, me dijeron, “asegúrese de que sus planes para la reconfiguración de las parroquias no se hagan simplemente para mejorar las finanzas sino más bien para revitalizar la misión de evangelización de la Iglesia”. Este consejo fue “música para mis oídos”.

Mientras escuchaba y reflexionaba, el Papa Francisco publicó su histórica Exhortación Apostólica, “La alegría del Evangelio”. Me encontré leyéndola y releyéndola. La llevé a la oración. Confío haberla tomado en serio. Me di cuenta de que la exhortación del Papa Francisco era fundamental para mi ministerio y para el trabajo que haría con la familia arquidiocesana de fe en la reestructuración y revitalización de las parroquias para la misión.

El punto que deseo destacar es que la iniciativa Busquemos la ciudad venidera no es un proceso independiente diseñado únicamente para las parroquias de la ciudad de Baltimore y los suburbios circundantes. Ella es parte de un contexto más amplio, un proceso de una década de duración en el que luchamos por revitalizar las parroquias como centros de actividad misionera. Dichas parroquias tienen, entre otras cosas, la intención de formar discípulos misioneros que inviten a los católicos no practicantes y a quienes buscan la verdad y el amor a formar parte de nuestras comunidades parroquiales. Por eso escribí “Una luz visible y resplandeciente 1.0” para sentar las bases y conducir a la formación de pastorados evangelizadores en toda esta iglesia local. La carta “Una luz visible y resplandeciente 2.0” fue escrita para reiniciar esos esfuerzos después de COVID y para poner en marcha los equipos de renovación parroquial que continúan trabajando con las parroquias de toda la Arquidiócesis. “Una luz visible y resplandeciente 3.0” continúa la orientación de las dos cartas pastorales anteriores; con ella busco asegurar que Busquemos la ciudad venidera se implemente con un espíritu verdaderamente evangelizador y misionero.

Humildemente los invito a leer y reflexionar en oración sobre “Una luz visible y resplandeciente 3.0”, ya sea que ustedes sean miembros o líderes de una parroquia de Busquemos la ciudad venidera, o si pertenecen a una de las otras parroquias de la Arquidiócesis. Mientras lo hacen, oren por un derramamiento del Espíritu Santo para que, uno en Cristo, podamos dar testimonio unido de la Buena Nueva de la redención, no solo en la ciudad sino en cada rincón de esta Sede Primada.

Con mi afecto y oración.

Fielmente en Cristo,

Reverendísimo William E. Lori
Arzobispo de Baltimore

5 de marzo de 2025

La esperanza que tenemos en Cristo Jesús

Al comenzar el año 2025, el Papa Francisco inauguró el Año Jubilar de la Esperanza. El Santo Padre invitó a la Iglesia de todo el mundo a renovarse en la esperanza. La esperanza de la que habla el Papa Francisco no es un optimismo vacío ni una ilusión, sino la fiabilidad del Señor mismo y de todo lo que Él ha prometido. “La esperanza cristiana—escribe el Santo Padre—no engaña ni defrauda, porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino”. Y continúa: “He aquí porqué esta esperanza no cede ante las dificultades: porque se fundamenta en la fe y se nutre de la caridad, y de este modo hace posible que sigamos adelante en la vida” [Spes Non Confundit 3].

La iniciativa Busquemos la ciudad venidera reunió al Pueblo de Dios de todas las parroquias y ministerios de la ciudad de Baltimore y comunidades vecinas. Cuando asistí a esas reuniones, escuché a muchos decir cuánto amaban a sus parroquias. También escuché de sus esperanzas para el futuro. Pocos querían mantener el statu quo. La mayoría hablaba con la firme esperanza de que las parroquias de la ciudad proclamarían con vigor el Evangelio de Cristo, que serían alegres y vibrantes en la celebración del misterio de la redención, atractivas para las nuevas generaciones, expansivas en el servicio a las necesidades de los pobres, y pujantes en llevar la luz y el amor de Jesús a los barrios y calles de nuestra ciudad.

“En la esperanza somos salvos” (Rm 8,24), escribe san Pablo. También nos dice que “la esperanza no defrauda” (Rm 5,5). Pero la esperanza también exige que perseveremos en la fe y en el amor constante, con los ojos fijos en el llamado—que todos compartimos—a la santidad y a la vida eterna. Sin duda, el proceso de Busquemos la ciudad venidera puso a prueba nuestra esperanza. Nos embarcamos en un viaje difícil. Nos propusimos no sólo reducir el número de parroquias sino, más bien, por la gracia del Espíritu Santo, sentar una nueva base para la fe católica en la ciudad de Baltimore y comunidades circundantes. El año pasado alcanzamos un momento culminante de tres años de consultas, grandes y pequeñas: sesiones de diálogo en las parroquias, encuentros con los líderes parroquiales, reuniones del clero, encuestas y consultas en toda la ciudad. En total, se consultó a unas 6.000 personas. Finalmente, un grupo de trabajo de unas 250 personas de toda la ciudad y sus alrededores elaboró ​​el mapa de fusiones propuestas. Se hizo todo lo posible para llevar a cabo este proceso en un espíritu de sinodalidad, caracterizado por la escucha intencionada y la transparencia. Aun así, cuando se anunciaron las decisiones preliminares, el golpe fue duro. Las reuniones públicas que siguieron fueron acaloradas, pero esta consulta dio lugar a un mayor discernimiento—y a cambios. Posteriormente, se tomaron decisiones y se dieron los pasos necesarios para implementar las fusiones parroquiales de acuerdo con las leyes y los procesos de la Iglesia.

Mientras tanto, los párrocos de las parroquias recién constituidas procuran acercarse pastoralmente a los feligreses de las iglesias cercanas que se fusionaron. Esos contactos fueron a menudo difíciles, ya que los párrocos se abrieron a una variedad de opiniones y sentimientos y se esforzaron por ofrecer una visión de algo nuevo y vibrante. Les estoy muy agradecido por esta forma especial y valiente de servicio pastoral.

En los últimos meses, las parroquias fusionadas han celebrado misas finales de Acción de Gracias y Conmemoración muy concurridas y sentidas, y las parroquias “sede” no solo han dado la bienvenida a nuevos feligreses, sino que también han dejado en claro que este es un momento para que las parroquias fusionadas se conviertan en nuevas parroquias. Este no es un proceso rápido ni automático. Tomará tiempo y paciencia a medida que los feligreses de diferentes parroquias se conozcan entre sí y construyan lazos de confianza y amor. Habrá diferentes prácticas, costumbres y estilos que franquear. Pero con la ayuda de la gracia de Dios, todos desarrollaremos una comprensión más profunda de cómo es que todos somos un solo cuerpo en Cristo.

Palabras de agradecimiento

Estoy profundamente agradecido al obispo Bruce A. Lewandowski, C.Ss.R., quien, junto con Geri Byrd y Julie St. Croix y su equipo, lideraron este proceso con amor pastoral y coraje. Innumerables horas de arduo trabajo y no poca angustia se invirtieron en el liderazgo que el obispo y sus colaboradores ejercieron en mi nombre para el bien de toda la Arquidiócesis.

Permítanme también expresar mi más sincero agradecimiento a los sacerdotes, diáconos, religiosos y líderes laicos que han trabajado sin descanso en nuestras parroquias urbanas, afrontando a veces desafíos casi imposibles. Su sabiduría, adquirida a través de la experiencia vivida, ha sido una parte invaluable del proceso de Busquemos la ciudad venidera.

En la misma línea, estoy agradecido a todas las personas que participaron en el camino de Busquemos la ciudad venidera, incluidos aquellos que no estuvieron de acuerdo con el proceso en sí ni con las decisiones a las que se llegó. Las cartas y los correos electrónicos apasionados que recibí fueron expresiones de amor por parroquias que por mucho tiempo sirvieron como hogares espirituales y estaban llenos de recuerdos entrañables. Repito: nada de esto es fácil.

Lo que hemos aprendido

Un año después, nos gustaría pensar que el proceso de Busquemos la ciudad venidera ha terminado, pero no es así. Por ahora, tenemos ante nosotros la aventura de abrirnos de nuevo en el Espíritu Santo a la Persona de Cristo y al corazón de la Buena Nueva, uniéndonos como un solo cuerpo para hacer de las parroquias “sede” centros vibrantes de verdadera actividad misionera en nuestra ciudad y sus alrededores.

No es que no se esté llevando a cabo ya una actividad misionera en esas parroquias. Sin embargo, si Busquemos la ciudad venidera nos enseñó algo, es que nunca podemos quedarnos satisfechos. Debemos prestar atención a lo que hemos aprendido, incluso mientras nos esforzamos por asimilar la visión del Papa Francisco sobre la renovación parroquial en nuestra ciudad y más allá, incluyendo lo siguiente:

1) La necesidad de mirar dentro de nuestro propio corazón

La larga experiencia de la Iglesia enseña que los cambios externos, por difíciles que sean, nunca son suficientes para producir una auténtica renovación. Las parroquias recién configuradas deben estar llenas de corazones y mentes nuevamente configurados para Cristo. En su hermosa encíclica sobre el Sagrado Corazón, Dilexit Nos, el Papa Francisco nos invita a mirar dentro de nuestros corazones para volver a la raíz y núcleo de nuestro ser. Nos anima a entrar en ese santuario interior donde estamos a solas con Dios cuya voz resuena en nuestras profundidades. Allí, rodeados por el amor del Corazón de Jesús, eliminemos toda forma de prejuicio, amargura, partidismo y egocentrismo que nos impide ver a los hermanos católicos de otras parroquias como nuestros hermanos en el Señor. Allí, rodeados por ese amor que no conoce límites, derribemos los muros que nos dividen. Lo único necesario es que usted y yo abramos nuestros corazones ampliamente al amor redentor de Jesús, para permitir que el Espíritu avive nuestro amor por Jesús y por los demás en la Iglesia, un amor que se desborde hacia las comunidades más amplias donde vivimos y trabajamos.

Cuando reservamos tiempo cada día para orar, leer las Sagradas Escrituras, participar en la Santa Misa, participar en la Adoración Eucarística y recurrir al Sacramento de la Reconciliación, el Señor continúa su obra redentora en nosotros. Crea en nosotros “un corazón nuevo y un espíritu nuevo” (Ez 36,26-27). Una masa crítica de feligreses que se han enamorado profundamente del Señor y que quieren caminar con otros hacia el Reino de Dios: esta es una condición sine qua non para que cualquier parroquia esté plenamente viva.

2) La necesidad de escudriñar el corazón de nuestras parroquias

En su histórica exhortación, La alegría del Evangelio, el Papa Francisco, citando al Papa San Pablo VI, escribió:

«La Iglesia debe profundizar en la conciencia de sí misma, debe meditar sobre el misterio que le es propio […] De esta iluminada y operante conciencia brota un espontáneo deseo de comparar la imagen ideal de la Iglesia —tal como Cristo la vio, la quiso y la amó como Esposa suya santa e inmaculada (cf. Ef 5,27)— y el rostro real que hoy la Iglesia presenta […] Brota, por lo tanto, un anhelo generoso y casi impaciente de renovación, es decir, de enmienda de los defectos que denuncia y refleja la conciencia, a modo de examen interior, frente al espejo del modelo que Cristo nos dejó de sí».

El Papa Francisco continúa con sus propias palabras:

“El Concilio Vaticano II presentó la conversión eclesial como la apertura a una permanente reforma de sí por fidelidad a Jesucristo: «Toda la renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad a su vocación […] Cristo llama a la Iglesia peregrinante hacia una perenne reforma, de la que la Iglesia misma, en cuanto institución humana y terrena, tiene siempre necesidad»” [EG 26].

Mientras reflexionamos en oración sobre las enseñanzas del Papa Francisco, prestemos atención a una lección fundamental que surge de Busquemos la ciudad venidera. Las decisiones de fusionar y cerrar parroquias fueron un paso doloroso pero necesario. Sin embargo, el paso más importante que debemos dar continuamente es renovar el impulso misionero de nuestras parroquias. El Papa Francisco llama urgente y continuamente a cada parroquia y ministerio a experimentar lo que él llama “conversión misionera” [EG 27]. No podemos volver a lo de siempre. En cambio, debemos estar dispuestos a mirar profundamente en el corazón de cada una de nuestras parroquias, preguntándonos honestamente si en verdad hemos tenido ante nuestros ojos su misión trascendente, arraigada en el Evangelio y la enseñanza de la Iglesia, y atenta a las necesidades humanas. La misión de nuestras parroquias no es simplemente “hacer del mundo un lugar mejor”, por importante que eso sea. Más bien, la misión de cada parroquia es dar testimonio de Jesucristo y su amor salvador en fidelidad a todo lo que la Iglesia cree y enseña. Para ser claros, nuestra primera y fundamental misión es salvar almas. Todo lo demás fluye de esa misión fundamental. Si nuestra esperanza está puesta sólo en este mundo, entonces nuestro sentido de misión flaquea. Este es un momento en el que, llenos de esperanza, consideramos en oración lo que hay que hacer para avivar la plenitud de nuestra misión.

Aunque la renovación de la Iglesia no se limita de ninguna manera a los individuos, el corazón del Evangelio, el kerigma, debe—sin embargo—brillar en las mentes y corazones de quienes están en el liderazgo, ya sean clérigos, religiosos o laicos. La predicación y la formación deben tener un espíritu atractivo y misionero. La puerta debe estar abierta a una nueva generación de líderes de la Iglesia, formados en el discipulado misionero. El coraje de los primeros cristianos, nacido del Espíritu Santo, debe vivir en los corazones de nuestros discípulos misioneros que no tienen miedo de dar testimonio de Jesucristo, incluso frente al rechazo. Debemos ser celosos, pero no fanáticos. Porque el fanatismo nace de la ideología que distorsiona el Evangelio y anula su primer fruto, que es la misericordia y la compasión. El celo es diferente. Nace de ese amor que el Espíritu derrama en nuestros corazones. Más que mero entusiasmo, es un compromiso sincero de difundir el Evangelio porque hemos experimentado la gracia y la misericordia de Jesucristo en el Espíritu Santo, tanto como individuos como comunidad de fe. Es esto lo que deseamos compartir con aquellos que aún no han escuchado la Buena Nueva o con aquellos que se han alejado de ella por cualquier motivo.

3) La importancia de la creatividad misionera

Permítanme llamar la atención sobre otra faceta de la enseñanza del Papa Francisco sobre la renovación parroquial que se puso de relieve durante el proceso de Busquemos la ciudad venidera: la creatividad misionera. En la misma exhortación, La alegría del Evangelio, el Papa Francisco habla directamente sobre la relevancia permanente de la parroquia. Escribe:

“La parroquia no es una institución anticuada; precisamente porque posee una gran flexibilidad, puede asumir contornos muy diversos según la apertura y la creatividad misionera del pastor y de la comunidad. Aunque ciertamente no es la única institución evangelizadora, si la parroquia se muestra capaz de auto renovarse y de adaptarse constantemente, sigue siendo “Iglesia que vive en medio de los hogares de sus hijos e hijas”. Esto supone que esté realmente en contacto con los hogares y las vidas de su gente y no se convierta en una estructura inútil y desconectada de su gente o en un grupo ensimismado formado por unos pocos elegidos. La parroquia es presencia de la Iglesia en un territorio determinado, ambiente de escucha de la Palabra de Dios, de crecimiento en la vida cristiana, de diálogo, de anuncio, de caridad, de culto y de celebración… Es una comunidad en constante salida misionera…” [EG 28]

En el pasaje que acabamos de citar, el Santo Padre habla de creatividad y adaptabilidad pastoral. En otro lugar, lo explica con claridad cuando habla de la necesidad de que las parroquias (y otras estructuras de la Iglesia) examinen su manera habitual de hacer las cosas, cosas tan básicas como los horarios de misa y confesión, la vitalidad de la liturgia parroquial o su ausencia, la calidad de la predicación y la música litúrgica, la eficacia de los programas catequéticos, la preparación sacramental, el ministerio juvenil y la formación en la fe de los adultos; la forma en que se organizan y funcionan los consejos parroquiales, la recepción que se da a los visitantes o a quienes buscan el bautismo para sus hijos o el sacramento del matrimonio, el acercamiento a los enfermos, incluidos los ancianos y los confinados en sus hogares. En otras palabras, una parroquia que desee convertirse en un centro de actividad misionera debe estar dispuesta a examinar cada faceta de su vida para determinar si ofrece un espacio interior para el crecimiento en santidad, al tiempo que adapta y moldea sus ministerios a las necesidades pastorales y busca activamente salir de sí misma.

Estos son los tipos de preguntas que están siendo consideradas por los equipos de transición de las parroquias recientemente fusionadas: no sólo los muchos desafíos administrativos y de personal que plantean las fusiones de parroquias, sino también la transformación en curso de los ministerios y actividades parroquiales, reorientándolos continuamente al servicio de la misión de evangelización de la Iglesia.

Hoy, más que en el pasado lejano, los feligreses gozan de mayor libertad para elegir a qué parroquia asistir. Sin embargo, ese hecho no elimina la responsabilidad primordial de una parroquia para con la gente que vive dentro de sus límites: no sólo con los católicos practicantes, sino también con los no practicantes, los que no asisten a ninguna iglesia, los que apenas asisten a ella y los no creyentes (o quienes así se llaman). Así como Jesús iba predicando y haciendo buenas obras, también una iglesia que siga su ejemplo hará lo mismo. Y así como Jesús se encontró con la fe y el asombro por un lado y el rechazo por el otro, nosotros no podemos esperar menos. Por lo tanto, se deben encontrar maneras de involucrar a los vecindarios y a los vecinos que viven dentro de los límites de nuestra parroquia, ya sea a través de actividades caritativas, tocando puertas o por medios electrónicos. Cueste lo que cueste, debemos llevar explícitamente el Evangelio a la gente e invitarla a compartir nuestra fe, en lugar de esperar a que la gente nos encuentre.

4) La necesidad de centrarse en un campo de misión cambiante

El mandato de llevar el Evangelio a la gente y no esperar a que ellos nos encuentren se aplica especialmente a los que están desatendidos: los que viven en barrios olvidados, con casas vacías y en ruinas, los que están expuestos a la violencia armada, las pandillas y las drogas, y los que enfrentan una pobreza profunda e inestabilidad. Necesitamos llegar a ellos, ofrecerles atención pastoral y apoyo material. Pero también necesitamos invitarlos activamente a ser parte de nuestras comunidades de fe. Al igual que los grandes misioneros que se adentraron en las situaciones más desesperanzadoras, debemos estar dispuestos a ir a esos barrios y relacionarnos con quienes viven allí. Nadie debe caer en la trampa de subestimar a quienes viven en esas condiciones. Hay muchas personas de buen corazón y heroicas que viven en esos barrios. Ningún lugar en la tierra, ni siquiera el más desesperado, está abandonado por Dios. Los ministerios de caridad y justicia son un buen comienzo, pero no un punto final. Una parroquia existe principalmente para proclamar la Buena Nueva de la redención e invitar a todos a caminar hacia la vida eterna a través de nuestra participación en la Palabra y el Sacramento.

A menudo, los pobres acuden en primer lugar a nuestras parroquias en busca de ayuda. Sin duda, Caridades Católicas y la Sociedad de San Vicente de Paúl ofrecen una variedad de servicios para los necesitados, pero la parroquia sigue siendo un lugar al que acuden a menudo las personas sin hogar, los hambrientos, los atribulados y los adictos en busca de ayuda y consuelo. Junto con Caridades Católicas y la Sociedad de San Vicente de Paúl, se está haciendo todo lo posible para garantizar que ninguno de los servicios vitales, como los comedores comunitarios, se pierda a medida que se implementa Busquemos la ciudad venidera. Pero más que eso, debemos trabajar para garantizar que los pobres sean recibidos como si fueran Cristo mismo, y atendidos y conocidos como personas únicas, con una identidad, una familia, una historia y, sobre todo, un destino trascendente. Nada empobrece más a una persona que no tener nombre ni rostro. Una parroquia en misión no olvida a los pobres.

También en nuestro campo de misión están aquellos feligreses con los que hemos perdido el contacto. Algunos son ancianos y están confinados en sus casas. Algunos feligreses se alejaron, aparentemente sin que nadie se diera cuenta. Otros están enojados o se sienten alienados, a veces por una causa justa. Más de unos pocos se fueron a causa del COVID. Así como Jesús se acercó primero a “los hijos perdidos de Israel” (cf. Mt 15:24), también nosotros podríamos considerar acercarnos primero a los miembros perdidos de nuestras parroquias. ¿Algunos recibirán este acercamiento con ira o rechazo? A veces. Pero ¿podrían también recibirlo con la alegría y la gratitud de corazones reconciliados? Sin duda. ¿No es este acaso el corazón de la misión que el Señor nos confía?

Algunas parroquias predominantemente negras estuvieron entre las que se fusionaron—la mayoría de las cuales tenían menos de 100 fieles el domingo. Estas decisiones fueron difíciles y dolorosas. Al mismo tiempo, Busquemos la ciudad venidera presenta una oportunidad para la renovación de los ministerios católicos negros en Baltimore y en toda la Arquidiócesis. La parroquia católica negra más antigua, San Francisco Xavier, camina hacia el crecimiento y la renovación. Lo mismo ocurre con otras parroquias católicas negras, entre ellas San Bernardino (con un lugar de culto en San Pedro Claver), San Ambrosio, Nueva Todos los Santos y Santa Verónica. Con un liderazgo pastoral renovado y menos edificios que mantener, estas parroquias tendrán más apoyo ministerial y material para expandir el alcance de la misión y los servicios parroquiales, mientras se involucran activamente en los vecindarios circundantes. Un enfoque continuo en el destino eterno de aquellos a quienes servimos nos ayuda a hacer de nuestras parroquias faros de paz y esperanza en nuestros vecindarios y nos impulsa a ser constructores de una sociedad marcada por la igualdad y la justicia raciales.

Las comunidades inmigrantes hispanas, filipinas y africanas, que están creciendo, continúan expandiendo nuestro campo de misión. Es muy importante que los conozcamos, no sólo en categorías como “recién llegados” o “culturalmente diversos”, sino como personas vivas y palpitantes, creadas a imagen de Dios y llamadas a la amistad con Dios. Estas comunidades son jóvenes y trabajadoras. Como muchos otros católicos, buscan parroquias donde sean aceptadas y bienvenidas. Es muy importante que las parroquias desarrollen competencias pastorales y culturales para poder invitar y dar la bienvenida a quienes nos bendicen con su presencia, su cultura y los dones que el Espíritu les otorga.

De gran importancia son los ministerios que edifican y evangelizan a las familias. Ellas son el corazón de la sociedad y de la Iglesia. El amor exclusivo y permanente del esposo y la esposa forma el ambiente estable y amoroso para que los hijos crezcan en la fe y la madurez. Si queremos reparar el tejido social y revitalizar nuestras parroquias, debemos concentrarnos en ayudar y apoyar a los jóvenes para que abracen la vocación del matrimonio y de la vida familiar. Así también necesitamos ayudar a las parejas a superar los obstáculos que encuentran y a crecer en el amor mutuo y hacia sus hijos.

¿Qué pasa con los jóvenes y los adultos jóvenes?

Las escuelas católicas de la ciudad y los suburbios cercanos son un excelente recurso para formar a los niños y adolescentes en la fe. Quisiera pedir a las parroquias que participan en el proceso Busquemos la ciudad venidera que alienten a los feligreses a confiar sus hijos a nuestras escuelas. Ciertamente los costos son un problema, pero existe asistencia para la matrícula a través de Partners in Excellence y BOOST.

Las iniciativas parroquiales destinadas a evangelizar y catequizar a los niños y adolescentes siguen siendo de vital importancia. La experiencia enseña que estos esfuerzos tienen más éxito cuando los padres participan. No sólo las parroquias urbanas sino todas nuestras parroquias necesitan encontrar formas creativas de involucrar a nuestros jóvenes y formarlos en la fe.

Muchos jóvenes adultos han hecho de Baltimore su hogar. Al caminar por algunas calles, se pueden ver los banderines de las universidades a las que asistieron, muchas de ellas universidades católicas muy conocidas. Varias de nuestras parroquias urbanas son centros para jóvenes adultos, pero hay muchos jóvenes más a los que todavía no se ha llegado. Tal vez se puedan desarrollar formas de “ministerio entre pares” para llegar a estos jóvenes adultos, muchos de los cuales están en búsqueda y algunos de los cuales experimentan esa forma única de soledad que impone la cultura contemporánea. Invitémosles vigorosamente a experimentar el amor que Dios tiene por ellos, un amor que se puede experimentar en la vida de una comunidad parroquial.

Entre quienes viven en la ciudad y alrededores no son pocos los que parecen inmunes al Evangelio. Algunos han caído presa del secularismo militante y del ateísmo que imperan en nuestra cultura. Buscan satisfacción en credos seculares; sin embargo, la experiencia enseña que éstos no satisfacen los anhelos más profundos del corazón humano por un amor puro e infinito. Demos testimonio de ese Amor que ellos anhelan.

 5) Busquemos la ciudad venidera incumbe a todas las parroquias de la Arquidiócesis

Permítanme citar una última lección que nos dejó el proceso de Busquemos la ciudad venidera. Si bien este proceso se centró en las parroquias de Baltimore y sus alrededores, en realidad concierne a toda la Arquidiócesis. Es un llamado claro para que cada parroquia de la Arquidiócesis abrace su misión evangelizadora con renovado vigor. Sería un error que cualquier parroquia creyera que es inmune al declive que se observa en otras partes. Este es también un momento para que las parroquias de toda la Arquidiócesis renueven y fortalezcan sus vínculos con las parroquias de la ciudad. Algunas tienen relaciones de “parroquia hermana” que implican más que apoyo financiero, sino también un verdadero “intercambio de dones”: pastoral, espiritual y cultural.

Fuentes de renovación

Todo lo anterior puede resultar abrumador. Puede parecer que el listón se ha puesto demasiado alto, que Busquemos la ciudad venidera apunta a un ideal imposible, que sólo se puede lograr una fracción de lo que se propone, o que no hay suficiente dinero o personal, por no hablar de tiempo y energía. Recordemos a dónde debemos recurrir para conseguir lo que necesitamos para cumplir la misión que el Señor Jesús confió a toda la Iglesia.

En el corazón de Busquemos la ciudad venidera hay algo mucho más grande que la demografía, las finanzas y el mantenimiento diferido, por importantes que estos sean. En su núcleo hay una Visión Eucarística. El Concilio Vaticano II enseñó célebremente que la Eucaristía es “la fuente y la cumbre” de la vida de la Iglesia [Lumen Gentium 11]. La visión y la fuerza necesarias para la misión se derivan de participar en el Sacrificio Pascual: la Muerte y Resurrección salvadoras de Jesucristo. A través de la Eucaristía somos alimentados espiritualmente con el Cuerpo y la Sangre de Cristo. A través de la Eucaristía, Cristo vive en nosotros. Su amor invencible y sacrificial se convierte en parte de nosotros. Las palabras de despedida al final de la Misa – “Pueden ir en paz” – son más que una fórmula. Son un llamado a la misión. Así también, como los primeros discípulos a quienes Jesús envió en misión, nosotros también salimos en misión, acompañados por Cristo en el Espíritu. Así también volvemos a él, semana tras semana y día tras día, para contarle lo que hemos visto, oído y hecho. Cuando lo hacemos, el Señor nos invita a que nos retiremos con él a orar, a fin de que nos renovemos, nos instruyamos, nos reparemos y nos fortalezcamos. No sólo eso, sino que nos esforzamos, en la gracia de Dios, semana tras semana y día tras día, para traer de regreso a la Eucaristía a quienes se ausentaron, mientras abrimos de par en par las puertas a quienes buscan la verdad, el sentido y un hogar espiritual.

Nadie lleva a cabo solo la misión de la evangelización, ni siquiera el Señor. Él nombró a 12 apóstoles y 72 discípulos, los instruyó, los formó y los envió. Esto marcó el modelo para la Iglesia. De hecho, todos los bautizados están llamados a contribuir de alguna manera con la misión de la Iglesia. El bautismo es la fuente de nueva vida, la inmersión en la nueva vida que Cristo ganó para nosotros con su muerte y resurrección. Cada persona bautizada es llamada por el Espíritu Santo a alguna vocación, a alguna forma de vida mediante la cual debe seguir al Señor y contribuir a la edificación del Cuerpo de Cristo. El Espíritu derrama sobre los bautizados una variedad de dones espirituales, o carismas, que se dan, no simplemente para la santificación personal del receptor, sino por el bien de la misión de evangelización de la Iglesia.

Para que una parroquia sea un centro de actividad misionera, debe estar compuesta por discípulos misioneros, aquellos que han sido llamados, dotados, formados y enviados. Esto significa que el párroco y sus colaboradores deben estar constantemente atentos a los dones, carismas y ministerios que el Espíritu está otorgando a los miembros de la familia parroquial. Es su responsabilidad discernirlos y luego aprovecharlos, cosecharlos y armonizarlos por el bien de la misión de la Iglesia. Son estos misioneros eucarísticos bien formados, impulsados ​​por el Espíritu, quienes ayudan a evangelizar a aquellos cuya fe está adormecida, así como a aquellos cuya fe ha sido dañada por el escándalo o por la falta de atención o por una vida contraria al Evangelio. De hecho, un discípulo misionero debe saber cómo compartir su historia de fe de una manera convincente, para compartir la Buena Nueva con y para los demás.

La Arquidiócesis cuenta con muchos recursos para ayudar a formar discípulos misioneros y ayudar a las parroquias a abrazar su misión de manera más vibrante. El Instituto para la Evangelización espera con anticipación continuar trabajando con las parroquias de toda la Arquidiócesis. También hay recursos adicionales disponibles, como ChristLife, Amazing Parish y Rebuilt, por nombrar solo algunos.

Entre las tareas que se están llevando a cabo actualmente está la formación de nuevos consejos parroquiales o pastorales y consejos financieros. Para lograrlo con éxito es necesario escuchar la Palabra de Dios y escucharse unos a otros. Es necesario superar el proceso de duelo por las parroquias que se han fusionado. También es necesario superar las quejas persistentes y avanzar hacia una nueva era de cooperación y armonía, tan esencial para la misión de evangelizar. El mandato de estos consejos no tiene que ver con el poder o el control, sino con la misión: cómo reunir todos los recursos disponibles para la misión. De hecho, este debería ser el enfoque principal y primordial de cada consejo, ministerio y organización en la vida parroquial.

Por último, no hay misión sin oración diaria y un estilo de vida sacrificado. Al fin y al cabo, estamos invitando a quienes viven en los barrios de nuestras parroquias a participar del Único Sacrificio que trae salvación al mundo entero. Lo hacemos no sólo como maestros, sino también como testigos. Esto significa que nuestras propias vidas deben estar imbuidas del sacrificio vivificante que está en el corazón de la vida de la Iglesia. Esto significa vivir vidas que no están centradas en nosotros mismos sino, más bien, en el Señor y en aquellos a quienes el Señor nos llama a alcanzar y servir.

Jubileo de la esperanza

Terminemos donde empezamos: el Papa Francisco nos ha llamado a caminar juntos en la esperanza, con la mirada fija en Cristo. La esperanza no es un falso optimismo ni una ilusión. La esperanza significa una confianza radical en Dios, cuya promesa nunca falla. La esperanza significa confiar en el poder del Espíritu Santo para animar la misión que hemos abrazado. La esperanza significa que incluso ahora la alegría y la paz del Reino de Dios están irrumpiendo en nosotros y en nuestra ciudad, fijando nuestra mirada en la ciudad venidera, la nueva y celestial Jerusalén donde Cristo crucificado y resucitado está sentado a la derecha de Dios. ¡Ven! ¡Caminemos juntos!

María, nuestra Reina, Estrella de la Evangelización, ¡ruega por nosotros!

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