Queridos amigos en Cristo,
A medida que se acerca el Día de Acción de Gracias, muchos de nosotros estamos ocupados en los preparativos. Algunos viajarán para ver a sus seres queridos, otros recibirán invitados, quizás algunos a quienes no han visto desde hace bastante tiempo. Esta es una época del año verdaderamente bendecida, pero que suele avanzar muy rápido. En medio de este frenesí quizás sea aún más importante hacer una pausa por un momento, orar y reflexionar sobre algo que es clave para la vida espiritual: la gratitud.
Todo lo que tenemos es don de Dios para nosotros. Todo nos ha sido dado por un Padre que nos ama. Esta festividad nos brinda un momento para tomar conciencia de todo lo que se nos ha dado y agradecer por estas bendiciones. Más aún, tal vez podríamos también considerar esas extrañas bendiciones que hemos recibido, los desafíos que hemos enfrentado, las dificultades que hemos tenido que superar y que, en la obra de la gracia de Dios, han resultado ser una bendición, ayudándonos a acercarnos más al Señor, y profundizando en nuestra capacidad de amar a quienes el Señor ha puesto en nuestra vida.
Vale la pena recordar que se observa un patrón semejante cada vez que celebramos nuestro mayor acto de acción de gracias: la Eucaristía. Los dones que Dios nos ha dado son reconocidos, ofrecidos y, por obra de su gracia, transformados en algo más allá de nuestra imaginación: Su mismo Cuerpo y Sangre.
La gratitud es de importancia central para el crecimiento en la vida espiritual. Por esa razón, el Papa Francisco nos anima a cada uno de nosotros a ser “portadores de gratitud”. Nos recuerda que, si vivimos como personas agradecidas, “el mundo mismo mejorará, aunque sea un poquito, pero eso es suficiente para transmitir un poco de esperanza”.
Fielmente en Cristo,
Reverendísimo William E. Lori
Arzobispo de Baltimore